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La alergia que nos complica la existencia

Se estima que, en toda Europa, la atención a los alérgicos supone un gasto sanitario de más de 30.000 millones de euros (unos 3.000 en España). Un estudio concluye que dolencias como la rinitis reducen en un 13 por ciento la productividad laboral, ya que los enfermos tienen dificultades para respirar, ven afectado su olfato y duermen mal. Para colmo, uno de cada tres tiene asma asociado, y si son alérgicos al polen serán más susceptibles a sufrir alergias alimentarias, mayormente a frutas, ya que algunas proteínas son comunes en pólenes y productos como el melocotón, el kiwi o el melón. La buena noticia es que el conocimiento de las alergias avanza rápido y surgen nuevas técnicas diagnósticas y terapéuticas. Determinar la causa es básico. El gran avance en este campo es el diagnóstico molecular. Se trata de una tecnología llamada Microarray –en España sólo disponible en la Clínica Universitaria de Navarra–, que, dice la doctora Ferrer, cambiará drásticamente el tratamiento. «Vamos a determinar no sólo el alergeno, sino a qué parte del mismo, a qué molécula, es alérgico un paciente –explica–. En vez de vacunarlo frente al polen de gramíneas, podremos ver a qué parte del mismo es alérgico y crear tratamientos más específicos. Además, con una pequeñísima muestra de sangre buscaremos unos 100 alergenos a la vez. Es mucho más eficaz y menos molesto.» Pese a los avances, aún hay asignaturas pendientes. «Desconocemos el mecanismo último de regulación del sistema inmune para saber por qué, en un momento dado, pasa de una situación de tolerancia a una reacción extrema ante un alergeno –apunta el doctor Ojeda–. En la era del genoma, pronto sabremos qué genes controlan este tipo de acciones, aunque en las alergias también influye el factor ambiental o el historial médico del individuo. En cualquier caso, es un campo atractivo para las farmacéuticas, con un gran potencial comercial.»

No te prives, come con cabeza

Si odias ponerte el biquini, si metes tripa en cuanto ves un espejo o, peor, si has decidido que tus kilos de más ya no tienen remedio, sigue leyendo. Nuestra experta en nutrición te explica los trucos para comer sano sin preocuparte por la báscula. Todos pertenecemos a uno de dos grupos humanos muy definidos: o preferimos lo salado o nos priva lo dulce. Si eres `dulce´, te interesa saber que los alimentos muy azucarados tienen una respuesta inmediata en el organismo: generan `picos´ de insulina (hormona segregada por el páncreas que controla los niveles de azúcar) en la sangre. A la larga, esos bruscos y repetidos aumentos en los niveles de insulina favorecen la acumulación de grasa en el vientre y la cintura. ¿Qué hacer? Busca aliados seguros que satisfagan tu apetencia de azúcar. El mejor: la fruta en todas sus formas (si bien contiene azúcar, la fibra presente en la fruta ralentiza su absorción por el organismo). Al natural, en macedonia, triturada con yogures light... es el salvavidas ideal en un ataque de dulce. Otras alternativas: rallar chocolate negro en el yogur o el café; tomar tostadas de pan integral con un poco de mermelada en lugar de un pastel; pedir sorbetes en lugar de helados; congelar uvas y tomarlas como caramelos (las hay sin pepitas)… Aunque su sabor no sea dulce, el pan, la pasta, el arroz, la bollería... son azúcar para el organismo. Y tampoco hay que olvidarse del cromo: este mineral (presente en el hígado, el brécol, los cereales integrales, las pasas, las setas…) ayuda a regular los niveles de azúcar en sangre. Si eres `salado´. Mucha sal es sinónimo de hipertensión y retención de líquidos. Pero los alimentos ricos en sal tienen otro peligro asociado: suelen ser, a menudo, grasos, lo que favorece la obesidad. Sal y grasa aumentan a su vez el deseo de refrescos, cervezas, vino… añadiendo calorías al total. ¿Qué hacer? No poner nunca el salero en la mesa y no añadir sal a un plato sin haberlo probado. Para realzar el sabor, recurre al ajo, la cebolla, las especias y las hierbas aromáticas, cargadas de aromas y de antioxidantes y otras sustancias beneficiosas. El picante es otro aliado saludable. Son especialmente ricos en sal el jamón de York y el pavo envasados al vacío, el jamón serrano, las conservas, los quesos secos, los snacks de bolsa, los frutos secos salados, las aceitunas y encurtidos, los ahumados, las aguas bicarbonatadas… Hoy existen variedades bajas en sal de muchos de esos alimentos (incluso del jamón serrano). Lee siempre las listas de ingredientes y recuerda que la OMS recomienda un máximo de seis gramos al día.

Es espíritu de Nueva York

Manhattan es lo obvio, la postal, la escenografía de cartón piedra lista para que la atrape la cámara digital del turista. Sus lugares más emblemáticos se han desnaturalizado o reblandecido: Times Square parece un parque temático diseñado por Disney. Barrios como el Lower East Side, Chelsea, el East Village o incluso Harlem van perdiendo personalidad a pasos agigantados, diluyéndose en el paraíso de la especulación inmobiliaria que es Manhattan. No está claro que Brooklyn vaya a librarse de correr la misma suerte, de hecho algunas zonas van camino de experimentar un proceso semejante, pero en muchos de sus rincones aún palpita una energía y se respira un aire de misterio que se ha perdido en otras partes de Nueva York. De seguir siendo independiente, como lo fue hasta 1898, Brooklyn sería la tercera ciudad más populosa de Estados Unidos, después de Los Ángeles y Chicago. Seguramente es la más heterogénea y abigarrada. El puente que lleva su nombre, uno de los símbolos más representativos de toda la ciudad, nos recuerda que Brooklyn es y no es Nueva York. Lo que sí es es su mejor balcón: para contemplar el sobrecogedor espectáculo de la línea del cielo neoyorquina, es preciso situarse en la promenade de Brooklyn Heights, al otro lado del río. Los dos millones y medio de habitantes de Brooklyn se reparten por una veintena de barrios, algunos de ellos inmensos. Son enclaves de límites claramente definidos, donde viven comunidades que representan todas las razas, culturas y religiones del planeta. Lo singular de estos lugares es que no son postizos ni impostados, sino que respiran autenticidad. Quien se aventure por las calles de Brooklyn se tropezará con sinagogas, iglesias, templos budistas o mezquitas.

De seguir siendo independiente, como lo fue hasta 1898, Brooklyn sería la tercera ciudad más populosa de Estados Unidos, después de Los Ángeles y Chicago. Seguramente es la más heterogénea y abigarrada. El puente que lleva su nombre, uno de los símbolos más representativos de toda la ciudad, nos recuerda que Brooklyn es y no es Nueva York. Lo que sí es es su mejor balcón: para contemplar el sobrecogedor espectáculo de la línea del cielo neoyorquina, es preciso situarse en la promenade de Brooklyn Heights, al otro lado del río. Los dos millones y medio de habitantes de Brooklyn se reparten por una veintena de barrios, algunos de ellos inmensos. Son enclaves de límites claramente definidos, donde viven comunidades que representan todas las razas, culturas y religiones del planeta. Lo singular de estos lugares es que no son postizos ni impostados, sino que respiran autenticidad. Quien se aventure por las calles de Brooklyn se tropezará con sinagogas, iglesias, templos budistas o mezquitas.


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